Germaine Necker, baronesa de Staël, fue una de las reinas de París de antes y después de la revolución. Hija de Necker, el que fuera banquero de Luis XVI, casada con el embajador sueco barón de Staël y amante de Benjamin Constant, fue una de las damas más influyentes del siglo. Enemiga acérrima de Napoleón, se dice que éste le preguntó en una ocasión con intenciones galantes: "¿Os siguen gustando tanto los hombres, madame?".
Y ella, impertérrita, contestó: "Por supuesto, siempre que sean bien educados".
Se discutía de política en el salón de Madame de Staël y todos elogiaban a Napoleón, a excepción de la anfitriona. Un declarado admirador del Gran Corso, le preguntó:
- ¿Acaso no estáis de acuerdo con nosotros, madame?
Cuando la dueña de la casa expuso abiertamente su antibonapartismo, su interlocutor le contestó despechado:
- Discrepo, señora, pero, en cualquier caso, no me gusta que las mujeres opinen de política.
La respuesta de Madame de Staël no se hizo esperar:
- Pues deberíais reconocer que en un país donde a las mujeres se les corta la cabeza, éstas tienen derecho a saber cuál es el motivo.
Los dardos dialécticos que Madame de Staël lanzaba en referencia a Napoleón eran comentados en todo París.
El barón de la Chaise, prefecto de Arras, contaba que, en el transcurso de una velada literaria, se dirigió a la baronesa de Staël y comentó:
"Dios hizo a Bonaparte y descansó". A su interlocutora le faltó tiempo para responder:
"Pues podía haber descansado un poco antes".
Además de inteligente, la baronesa de Staël era una mujer muy bella. Ello hacía que, a su alrededor pulularan una legión de admiradores en espera de obtener sus favores. La mayoría sabia que para conquistarla había que llegar a su razón antes que a su corazón. Por ello, uno de sus pretendientes se decidió a atacar por el flanco que suponía más sencillo: su animadversión a Napoleón.
Se mostró, pues, como el más acérrimo enemigo de Bonaparte y concluyó su discurso tachándole de ignorante. No contaba con la ecuanimidad de su adorada y se desconcertó cuando Madame de Staël replicó:
"Os ruego, caballero, que no insistáis: No conseguiréis convencerme de que toda Europa venera desde hace tres lustros a un imbécil".
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