Además de ser una mujer extremadamente culta y dotada de un gran sentido político, Cleopatra fue una mujer exquisitamente refinada. A sus célebres baños en leche de burra con los que pretendía aclarar el tono oliváceo de su piel, se añade su fascinación por los perfumes y por la cosmética, una técnica que dio en Egipto sus primeros pasos.
Su sentido de ola belleza pasaba por el lujo y la ostentación. Así la falúa real en la que se desplazaba por el Nilo era más un palacio flotante que una embarcación. Media 90 metros de eslora, 13 de manga y 18 de puntal y albergaba salas para banquetes, diversas columnatas y patios, un pequeño templo, salones, grutas y zonas ajardinadas. La impulsaban varios bancos de remeros e invariablemente estaba rodeada de una flota entera de galeras y barcos con provisiones.
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