A la muerte de Fernando el Católico, en espera de que el futuro Carlos V llegara de la corte de Flandes, donde residía, el cardenal Cisneros se hizo cargo de la regencia del reino. Ello disgustó a la alta nobleza de Castilla, que confiaba en hacerse con el poder ante el desembarco de un príncipe extranjero y una reina, Juana la Loca, declarada incapacitada para gobernar.
Así, apenas instalado en su nuevo cargo, el cardenal Cisneros recibió, entre otros títulos de reigambre, la visita del duque del Infantado y del conde de Benavente, que le preguntaron sobre olas razones que le habían llevado al poder. El cardenal, sin alterarse, se dirigió al gran ventanal que iluminaba la estancia y, señalando las piezas de artillería sitiadas en el patio de armas de su residencia, les dijo:
-« Señores, éstos son mis poderes»
Como dice el refrán " A Dios rogando ... y en éste caso, con los cañones dando"
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