La muerte sin descendencia de Enrique III de Francia hizo recaer la corona en el rey de Navarra, descendiente directo de san Luis. El problema era su condición de protestante, pues el trono francés debía estar ocupado necesariamente por un católico. De modo que, para alcanzarlo, el pretendiente navarro hubo de recurrir a las armas y a la diplomacia. El momento de valerse de esta última llegó cuando se encontró a las puertas de París. La resistencia de la capital era tal que incluso La Sorbona, con la aquiescencia del Vaticano, decretó que aquel que aceptara de buen grado al nuevo rey sería declarado hereje.
El coraje de París
A instancias del duque de Mayenne, el futuro Enrique IV declaró solemnemente «París bien vale una misa»
Pocos días después, el nuevo monarca abjuraba de su fe y se convertía al catolicismo en la iglesia parisina de Saint-Denis donde, poco después, fue coronado como rey de Francia.
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