En los años cincuenta en Nueva York, un niño neoyorquino que habitualmente suspendía matemáticas, comenzó a sacar unas notas excelentes. Preguntado por su padre, contestó: "Es que me encuentro en el parque con un señor que, a cambio de caramelos, me hace los deberes y me explica matemáticas".
Inquieto, al día siguiente el padre acompañó al niño a Central Park. Cual no sería su asombro al ver que el improvisado profesor de matemáticas era nada menos que Albert Einstein. Por lo visto, enfermo de diabetes, en casa le controlaban el dulce y, goloso como era, encontró en la operación matemáticas los dulces que no le daban en casa.
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