En sus últimos años, el emperador Tiberio se entregó a los más desenfrenados placeres. Tenía el propósito de convertir la isla de Capri en un inmenso burdel y para ello decoró con esculturas y pinturas eróticas una serie de dependencias de la magnifica villa que allí poseía.
En ellas instaló a una serie de cortesanas que les acompañaron desde Roma y a buen número de sphintrias, es decir, jóvenes muchachos que ejercían la prostitución. Por algo el "buen Tiberio", sucesor de Octavio, heredó de éste el imperio y todo lo que él incluía y si hubiera utilizado un lenguaje políticamente correcto, hubiera dicho que era el emperador de todos y de todas.
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